Thursday, January 23, 2014

Entre sueños



Soñar despierto mirando al fuego de la chimenea
Apenas son las cinco y media de la tarde de un sábado de enero. La noche empieza a oscurecer la calle y la lluvia llama a los cristales de la ventana. “Monotonía de lluvia tras los cristales”, que diría el poeta, en una tarde parda y misteriosa). El fuego de la chimenea está encendido y, como un embrujo, atrae la mirada aun sin desearlo: en el centro, un baile de llamas con un sinfín de compases en el escenario de leños prendidos.
Un fuego alentador del sueño que compite con las brasas de las torturas cotidianas. Me apresuro, entonces, a coger una silla y, frente a la chimenea, avivarlo. Entonces, inicio el paseo por aquellas callejuelas empedradas del cementerio Pere Lachaise de París, construido por Napoleón en base a una ley que otorgaba el derecho al entierro de todos de forma digna. El traslado de los restos de Jean de La Fontaine y la de Jean-Baptiste Poquelin (Moliere) al mismo provocó la masiva utilización de sus espacios por todas las personas interesadas.
Entre los finados, sin distinción de raza, creencia o incluso estatus social, recordaba la figura de Oscar Wilde, cuya tumba se profanaba con besos de carmín  sellados sobre la fría roca. Más allá, un variopinto paisaje de esculturas de temas terrenales, religiosos, esotéricos…
 El sueño se interrumpe; las brasas se abren paso por el escenario. Como diría aquel otro poeta, se apagan las luces y se enciende la noche, sin saber si, en realidad, somos aquello que soñamos.

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