Wednesday, July 01, 2009

EL LÍMITE DE LA PACIENCIA


Siempre se ha dicho que la paciencia tiene un límite, pero ¿cuál es?, ¿dónde está? O ¿cómo es?
Ni aún buscando entre apuntes y líneas de pensadores y eruditos, se puede dictaminar cuál, cómo o dónde está el límite de la paciencia. Cada uno, en su espacio vital, o de trabajo, o social, ha sufrido una situación en la que se ha puesto a prueba su paciencia. Algunos pueden, o saben, como controlar su estado de ánimo y no “convertirse” en una máquina de gritos, o responder de formas inapropiadas e, incluso, resolver su situación presionante de forma agresiva e incluso violenta.
Visualizo desde los registros de las cámaras de control que hay en el centro donde trabajo, como un grupo de alumnos, durante el final del recreo, regresan a las clases y, en un momento determinado, dos personajes muy dados al empujoncito y provocación, no paran de realizar su “divertida” y perversa acción de empujar, golpear, a otro compañero.
En un espacio de diez minutos, dos chavales presionan, golpean y provocan a otro de forma continua. Este último les indica que le dejen en paz, que no quiere problemas. El que empuja al otro compañero, que a su vez empuja al sufrido alumno, rie y se mofa. Las imágenes son delatoras de su acción. Al cabo de diez minutos largos de golpes y tirones de orejas y otras memeces, la paciencia del alumno que las sufre llego a su límite, no se puede determinar dónde está éste. El infeliz, por no decir otro adjetivo, que servía de “empujador”, recibió, en un par de minutos, una serie de ganchos y golpes técnicos de boxeo que le dejaron la cara como un poema. Este alumno, el agresor y su ayudante, desconocían que su “víctima” era campeón juvenil de boxeo. Las consecuencias ya se las pueden imaginar.
En muchas ocasiones les advierto a mis alumnos/as que en la calle no hay tanta permisividad como en el instituto, que nosotros, formadores, educadores o lo que se nos quiera considerar, no podemos atajar esos niveles de violencia con los que cada día nos movemos con más violencia, eso no sirve. La Ley nos ampara para que seamos pacientes, muy pacientes, y por supuesto no podemos responder a provocaciones, ni responder a agresiones, ni defendernos de nada, aunque nos graben en un móvil y nos “cuelguen” nuestra humillación en internet.
La paciencia tiene un límite, cierto, pero no se sabe dónde.
Un profesor, en sus funciones de guardia de patio, le indica a otro alumno que no puede estar por ahí. La respuesta que le dice prefiero no ponerla aquí. Una llamada de atención y correspondiente amonestación (para calmar los ánimos y fomentar esa paciencia). La respuesta: al cabo de una hora, tres gigantescas piedras sobre la luna de su coche.
Hablo con él, se siente abatido, triste. No entiende el por qué. Yo tampoco. Eso sí, la paciencia tiene un límite y un día, como seres humanos que somos, alguno se le va a ir la mano, y lo mismo que en el caso anterior puede ocurrir una desgracia. Después se le diagnostica que ha sido una situación de enajenación mental transitoria, pero el chico, chica o lo que sea, se va a quedar con un par de “ostias” como mínimo. Si no se calma la adrenalina, al menos le dejará margen a que se mantenga la paciencia.
¡Qué no lleguemos a esto! Pacientes, si, pero también somos humanos y se padecen crisis de ansiedad, de miedo, de rabia y surgir la parte de agresión reprimida que llevamos dentro y esas cosas que pueden derivar en situaciones muy lamentables.

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