Sunday, December 21, 2008

Querido hijo...

Las palabras de una madre. Una carta, de nuestra madre que puede hacernos cambiar para siempre.
Hace ya un tiempo, dos veranos y unos pocos meses, que recorrí la zona del desembarco de Normandía. Muchas cosas se me quedaron en la memoria; situaciones y lugares que, aún siguen mostrando lo que el hombre es capaz de hacer por destruirse a sí mismo.
El poder, la autoridad, la política, el servilismo… Tantos elementos que forman parte de nuestra vida, de nuestra forma de convivir, no han evolucionado mucho, a lo sumo se adaptan a los tiempos y a las corrientes sociales en las que debemos de pasar nuestros días.
Hay una historia, en relación a la vida de un soldado americano que le tocó vivir ese tiempo del desembarco hasta finales de la contienda. Los hecho, por su alcance, merecen la pena referirlos, analizarlos y mostrar la enseñanza que una madre, con sus palabras, pueden llegar a mostrar la cara más humana y real de la propia vida.
17 de Marzo de 1945. Un campamento del ejército USA próximo a Londres. El soldado Martín J. Lloids recibe una carta de su madre desde Wisconsin:
… Hijo mío, atiende a tu vida. Se consciente de que has de comer y pensar en salvar tu vida. No olvides que la guerra tiene que dar paso a una Paz para todos, pero sobre todo, se coherente con la educación que te dimos. Piensa en esos otros seres que tienen madre y que, como yo, rezan por su hijo para que no les pase nada. No quites la vida y salva la vida de cuantos puedas…
Martín se sintió muy defraudado y triste. Las enseñanzas y entrenamientos no eran precisamente nada acorde a lo que su madre le expresaba. El sabía que tenía en sus manos un arma con el que matar y anular al enemigo. Ese era su cometido. Su sentimiento de enfado, tristeza, le dejó durante todo el día muy pensativo. El amor a su madre era grande, muy grande.
23 de Marzo de 1945, 10:34 horas, en territorio alemán, en los aledaños de la ciudad de Wesel. Una casa de campo aislada, el solado Martín J. Lloids, hace una incursión aislado de su pelotón, van separados en un espacio de 100 mts. Se acerca a la casa donde ventanas y puertas están cerradas… Observa y siente ruidos en su interior, el miedo y la adrenalina suben a límites para él jamás desarrollados. Golpea la puerta y activa una granada de mano…¡Salgan fuera! Grita en inglés, no sabe alemán… Está a punto de tirar la granada dentro de la vivienda, la puerta la abre de una fuerte patada… Piensa, se acuerda de las palabras de su madre… Mantiene la granada en la mano. ¡¡Salgan fuera si hay alguien!! Vuelve a gritar… Unos segundos eternos. Empiezan a salir dos niños, un hombre mayor, dos mujeres, dos jóvenes. Todos miran al soldado. Martín lanza la granada lejos del lugar, explota y el silencio con miradas es testimonio del momento. Las personas dan gracias, lloran y pasan delante de él. Una de las mujeres, le abraza y besa mientras llora, su mirada penetra en Martin, le hace recordar. Bien que pudiera ser su hijo.
Las palabras de su madre le hicieron cambiar en algo que era más propio de un ser humano: pensar en los demás. Salvar vidas es prioritario, mucho antes que matar.
Querido hijo… sabes que tu vida es muy importante, lo mismo que la de los demás. Cuídate, quiero volver a verte y abrazarte. Rezo por ti, como otras madres rezan por los suyos, las madres alemanas seguro que por sus hijos también lo harán…
Así concluye la carta. Martin J. Lloids pudo abrazar a su madre unos pocos meses después.
Si esto se aplicara, y que muchas madres, y padres, escribieran o hablaran con su hijos, no habría tanta violencia en las calles, ni futuros asesinos de un “ejercito” que dice tener que matar en nombre de no sé qué ideal.

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