Sunday, December 21, 2008

El aire frío de Otoño

En apenas un instante el tiempo cambia, como cambia la vida.
El aire de otoño, dicen los viejos del lugar que no es tan frío como el de primavera. El aire de otoño lleva algo de calor, aún tiene una temperatura que puede hablar de noches de finales de verano. Sin embargo, como el tiempo es tan loco, no va a ser menos estos día y nos trae una “ráfaga” del norte con la que dejarnos algo “helados”. Nieves han caído. Pueblos hay con más de un palmo de nieve, como siempre por arriba, por el norte; nosotros estamos condenados a las “migajas” de agua y a soportar sequía, sequía de la buena, de la que te deja “seco”, que es lo nuestro.
Para dar continuidad a ese aire frío de otoño, es lo que quiero contaros. De las tardes de otoño, de las de antes, ya queda poco. He recordado en anteriores escritos que en los hornos clásicos del pueblo, en el más preciado como en el más lejano o, por menos, conocido, se asaban “moniatos” (boniatos/batata) que era merienda de niños, de mayores y de quienes se terciara. Aquellas tardes de Octubre, de antes de todos los Santos, ahora de Halloween, de fiesta y jarana, el viento frío del otoño invitaba a tener en las manos un tubérculo caliente, asado, rojo o amarillo, pero dulce, sabroso y que alimentaba. Aún quedan vestigios de esos gustos culinarios, de esos usos de la merienda del “moniato”, pero poco, se pierde, es más fácil comprar un “chochocao” o algo de pastelería industrial y fomentar la crianza en el colesterol y consumir comida basura o, por mejor denominarla, comida rápida.
Castañas, a la par, que están en todas partes ¡a qué precio! Con su calor quemar los dedos, calentar las manos. No es tiempo de guantes, pero sí de que el calorcillo de las castañas, de los moniatos, reduzca la fuerza del frío viento de otoño. Ya al salir de cualquier mañana pide la chaqueta, sin olvidar del jersey, con algo de abrigo, con algo de prestación para que nos resuelva la guerra contra la gripe o, mínimo, el resfriado. Es tiempo de recoger leña, de aprovechar los últimos rayos de la tarde que dan calor, de pasar por calles en las que antes había gente haciendo manualidades a expensas de que el aire, sin que estuviera cubierto, no fuera molesto y permitiera las tareas de entonces. Hacer lía, repasar costura, chalar entre vecinos y, por supuesto…¡echar la oliva! Que en tiempo de otoño, al principio, era costumbre, y lo sigue siendo, y que vengan las lluvias, que traigan el frío, que los campos se tiñan de ocre de hojas de melocotonero que dio frutos, que el suelo de tierra quede cubierto, que alguien busque níscalos, y que sea el tiempo, el tiempo de siempre el que nos diga lo que supone estar vivo.
Hay crisis, pero el tiempo no sabe de eso, se vive ahora, luego será un recuerdo. El viento de otoño es frío, con crisis o no, pero el otoño se avecina duro sino ponemos remedio a la perdida de empleo que estamos viviendo. El aire de otoño es frío, da frío, escalofríos, y mucho más cuando un “moniato” no es solución para el pan de mañana de un nuevo parado. Peor es el viento del paro, que como el de otoño arrasa, enfría las ilusiones desespera por no encontrar trabajo… La vida cambia en un instante, cambia. Hoy el viento de otoño, como el del paro, no es bueno, es frío, insolente y agresivo.

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