Saturday, September 22, 2007

El sabor amargo del mebrillo


Como el amarillo manjar, amargo o dulce, son algunos días de nuestra vida.
Ya se ciernen nubes grises, no muy compactas, pero que invitan a que el cielo cambie de color. Posiblemente, como casi siempre, sean un engaño de los que nos tiene acostumbrado el cielo, bueno no precisamente el cielo, la forma climática en la que vivimos, digamos simplemente eso. El aire se va notando mucho más agradable, ya no quema, es más suave, con cierta acritud deja que la temperatura sea más benévola.
Los días se van acortando, se acerca el final del verano. Ya quedan pocas sombrillas por las playas, las de los más rezagados, los jubilados y los que, en estos últimos días, quieren disfrutar de sus vacaciones, no tienen niños, sino estarían preocupados con el inicio de colegio.
El vivir el día y el ahora, es decir “soy yo, ahora” es lo que nos limita en nuestros pensamientos en nuestras ilusiones. No quiero ser pesimista, pero cuando nos suceden cosas, unas veces buenas y otras tristes, así nos sentimos y lo manifestamos, pues bien hoy es uno de esos días en los que no es precisamente de los que las alegrías superan a las tristezas. En la mayoría de noticias de los periódicos prevalecen también las malas, posiblemente sea ese nuestro mejor modo de vida, y es que, aunque no lo solicitamos, lo tenemos ahí, lo vivimos en el día a día.
Posiblemente el símil comparativo no sea el más apropiado, pero influye hasta el día, el momento en que vives, cuando te dan esas malas noticias. El membrillo, vistoso en la mayoría de los casos, como nuestro propio físico, nuestra imagen externa. Con su piel fuerte, verdosa y amarillenta, que nos ofrece un olor profundo, tan nuestro. En crudo es amargo, áspero, que te deja la boca como de cuero. Cambia su sabor, su color, cuando el calor se le aplica.
Posiblemente, como digo, no podamos desprendernos de nuestra condición de ser humano, de vivir en esta naturaleza y nos guste o no, por calor, por las cosas de la vida, por los sufrimientos, por el trabajo, por querer lo mejor para nuestros hijos, por luchar por una vida digna, por recordar a los seres que nos protegieron cuando éramos jóvenes, por lo que sea, nos dicen que una persona, más o menos próxima, familiar o amiga, querida o simplemente recordada, nos dicen, reitero, que tiene cáncer. Entonces nos damos cuenta de que ser “yo y ahora” es la evidencia de que vivimos para morir. ¿Para qué las discusiones? ¿Para qué los amores no correspondidos? ¿Por qué tanto sufrir por…? ¿Por qué?
Da igual el nombre, no quiero personalizar mi personaje, a los que, como este ser humano con el que me unen lazos indestructibles, quiero dedicar estas líneas del silencio. A ellos mi más sincero reconocimiento, mi total afecto y cariño por todo lo que son.
Las tardes de olor a membrillo se pierden. Las noches de hospital, de suelo gris y pared blanca, en la soledad de cada habitación, sobre las camas el sufrimiento, junto a ellas los que aman y de negra vestidura, impía y descarnada, la que desde que nacemos nos acompaña.
Los recuerdos de ellos están en nosotros, y nosotros formamos parte de su recuerdo. Su memoria es nuestra memoria. El amor que nos une es el sello de que fuimos, somos y seremos algo más que simples mortales.

A los que sufren enfermedad.

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