Wednesday, May 11, 2011

UN TREN DE CERCANÍAS


El recuerdo imposible de borrar. Las horas y el momento de una tragedia que están en la memoria.

          Es un sábado de mayo normal, cargado de nubes y con lluvia en la ciudad de Alcalá de Henares. A lo lejos, desde la estación de ferrocarril de La Garena, en la misma localidad, se puede ver la capital del reino con unas nubes negras que amenazan tormenta. Ya se avisó, en el parte de ayer, que habría alerta amarilla por posibles lluvias fuertes y, posiblemente, también granizadas locales bastante perniciosas.
          Al llegar a la ventanilla, desconociendo el proceso, pregunto y me indican que puedo tener un billete de ida y vuelta en el tren de cercanías que une la ciudad Complutense con Madrid. Son cinco euros con treinta céntimos. La hora que marca el reloj de la estación: 08:30. En cuatro minutos, con la puntualidad casi británica, sale mi tren hacia Madrid.
          La lluvia se hace notar en los cristales. Una cortina de agua se desplaza con velocidad por el cristal empañado; las gotas se mezclan con el polvo y generan un tarquín que impide ver el exterior. Es un tiempo desapacible, más propio de invierno que de primavera, incluso la temperatura es algo baja; me protejo con mi chaqueta invernal.
          En el último vagón de los que componen el tren, tomo asiento. Junto a mí, una mujer de origen ruso (fácil de deducir su nacionalidad; lleva y abre un libro escrito en cirílico). No hablamos nada en todo lo que dura el trayecto. Es sábado, y parece que sale de trabajar de un hospital.
          Una a una van pasando las estaciones: San Fernando de Henares, Coslada, Vicálvaro y, al llegar a Vallecas, Santa Eugenia. Entonces, la tensión se apodera de mí. Recuerdo aquel jueves fatídico mientras me preparaba para ir a clase. La voz de Luis del Olmo daba la noticia macabra. Sentado en los trenes que conmovieron a una nación, que cambiaron la historia y rompieron la ilusión y esperanza de muchos seres, ahora sentía escalofríos.
          En el Pozo del tío Raimundo, puedo ver el monumento en piedra a las víctimas. Viajo con mi mente a la escultura que hicimos mi compañero José Juan y yo en el Instituto de Ceutí: “Vuelos de la Paz”. Miro alrededor y otros viajeros se percatan que busco en ellos a los que, por desgracia, pudieron ocupar asientos similares: un señor de mediana edad, bien vestido, leyendo; otro, dormitando con una camisa gris y una… ¡bolsa! Lleva la bandera alemana, parece también extranjero. Tres adolescentes, que van a pasar el día a Madrid, discuten del último derbi del Barça- Madrid. Me miran y ven mi cara un tanto desfigurada por el pensamiento.
          Vías y más vías configuran la entrada a la famosa y conocida estación de Atocha, una estación muy familiar para mí; ya en mi niñez había paseado por esos lugares… ¡El paseo de las Delicias y la chacha Mari!
          Al parar el tren y apearme, bajé con lentitud y meditando lo que tanta gente vivió. Veo las escaleras mecánicas, precisamente la de subir no funciona, está como… parada desde aquel día. No quiero seguir pensando. Subo por las escaleras y me pierdo entre la multitud.
          Al salir, lloviendo a mares, sin paraguas, me dejo llevar por la lluvia hasta el museo Reina Sofía. Tengo un congreso al que acudir.
          Vuelvo la mirada desde el exterior de la estación. La gran bandera nacional ondea en su cúspide. El cielo sigue negro, demasiado oscuro para ser las 10,30 de la mañana.
          Dejo que la lluvia empape mi rostro y se confundan las gotas del cielo con el recuerdo que no puedo controlar… a todas las víctimas del terrorismo.

2 comments:

Joaquín Gómez Carrillo said...

Hola Miguel, enhorabuena por tu blog. Me alegro de que nos hayamos visto hoy, después de tantos años.
Como verás ya he puesto el tuyo en mi lista de "blogs amigos".
Saludos.

Anonymous said...

YO TAMBIÉN ME ALEGRO POR TU BLOGS MIGUEL.